domingo, 23 de febrero de 2014

Tú: la columna vertebral de mi frenético baile con la vida.

Eres el epicentro de todo lo deambulante, todo lo que se tambalea. Sólo tú eres capaz de jugarte el pellejo saltando de piedra a piedra, siempre tan elegante.

Siempre
tan
tú.

No tengo el antídoto contra tu órbita gravitacional. Supongo que siempre giramos en torno a algo y, ni hay que decir que, de todos los bailes lunares, el que tú provocas es el que más alimenta a la ilusión. ¡Qué utopía más bien proyectada delante de mis narices!

Sí, esa eres tú, me muerdes la nariz y, de repente, sin permiso, vuelves a estar a kilómetros. Y no hay línea recta que me lleve a tí. Como toda entidad independiente, tienes nombre propio y reglas no menos idiosincrásicas.

Pero no dejo de seguirte, fiel a las leyes físicas, ineludibles como tú.

Como nuestro idiopático amor.